miércoles, 27 de abril de 2011

En plaza miserere ayer ví un zombie...

.. bah, en realidad, no fue tan así. Osea, no mentí. Porque habían varios tipos que en algo se parecían. En lo que sí mentí es en que no era ayer, sino que es algo más bien diario y de toda noche de desvelo. Eso de pararme a ver los zombies de la plaza es muy común para mí. Me "acomodo" en algún lado, riendo sola, como viene sucediendo hace un tiempo... fumando para no darme cuenta de mi inacción y no salir disparada a hacer "algo más" (que no será nada más que un nuevo y -quizás- más decoroso artilugio para olvidar el tiempo, gran acosador de momentos). Me río de aquella divertida sensación de saberme inocua, inerte, irremediable, insaciable, insolente, i... diota, sí, por qué no detallarlo ahora. Me río de ser cero, de ser nada, de ser sin que nadie lo sepa, como un murmullo, simplemente entre el tumulto, asomámdome apenas a la idea de existir por un instante en este mundo de supuestos y de zombies. Pero algo siempre me saca, algo  que está afuera de mí me arrastra hacia él, y yo salgo, y déjome llevar por ese mundo. De pronto, como quién no quiere la cosa,  empiezo a creer que quizás aún pueda existir, siquiera remotamente, entre y a través de los otros  idiotas.

 Aquella noche se me acerca, primero, algo así como una nimia, escurridiza, sombra nocturna, metida en una campera a lo retro-punk, que pregunta en qué ando, si acaso quiero merca. Quizás no sea tan desubicado el ofrecimiento. Quizás él crea que yo, ya que no existo, quiera que mi cuerpo me acompañe en aquel delirio del anonimato babilónico, en aquella nulidad que respira. Pero preferí perderme entre el humo, y sus pensamientos, y ver, como emerge entre las golosinas, aquel entusiasta vendedor de risa fácil y alegría fraudulenta. El jovencito, metido en su quiosco como un caracol en su concha (sí, concha señores, con todo lo que su cabeza maquine), simpatiza con quienes le roban las noches en alfajores y cigarrillos. Quienes sin saber sus oscuras intenciones se ríen también con él, creyéndolo, siquiera, un amable más.

Entonces aparece ella, en mi desdoblamiento, y continúa observando esa parba grotesca de entes infrahumanos, que corren para todos lados, presurosos,  amarrando sus carteras como quién sostiene un hijo mientras trabaja el agro. Así, de costado, entre el "codito" apretado y la cintura. Sosteniéndolas como el pan que dicen que los niños traen bajo el brazo, ese pan que se ve que algunos niños perdieron antes de nacer - ¡quién les robó el pan desde el vientre y ahora en oro se vierte!

Porque, deduce la muchachita -que soy y no soy yo-, a los niños se lo sacamos, aún cuándo ni niños son todavía, ni una mísera n (enecita) llegan a ser, y ya les negamos su parte, esa que por la lógica de la tradición, deberían traer bajo el brazo. Pero hemos buscado -ella y yo-, y os juro, lo he visto: hay algunos que no traen ni un grano de trigo.

En frente a todos ellos, como si nadie más existiera, nace la figura de una mujer, que ahora es hombre, que ahora es prostituta, que fue niño, que tiene un documento modificado, y al que le han ultrajado la identidad a prejuicios, y martirios pseudocristianos. Aquella suerte de mujer hombre camina pisoteando con tacos altos el mundo, a ver si aprentando fuerte todavía se revienta de una vez este globo ridículo, que poco importa de ella, que poco le importa a él, que ha querido amedrentar su cuerpo dual tantas veces, con tantas bonitas historias sacrílegas, que l@ ha condenado infinitamente por tratar de hacer eso que en este mundo no está permitido:

Pasar al otro lado.

De repente, como grito de amazonas en una ciudad de gargantas con carraspera y ruidos sin voz, aparece aquel hombre semidesnudo, con su instrumento de viento en mano, con el mismísimo viento entre sus palmas, para elevar de la chata tierra de colillas algo parecido a lo vivido en lo alto de sus montañas. Nos trae el sonido de donde el árbol es habitante salvaje y cotidiano, un ser social que juega con el ronronear de sus hojillas. Aquel joven se ha subido a un tren que lo lleva, como vip pasajero, como elfo grasiento perdido en tierras lejanas... como lobo, que ha perdido su jauría y aúlla con su flauta una melodía de esperanzas, de abrigadas esperanzas de que por algún lado aparezca algún hermano en esa gris ciudad que se tragó su tierra, y su queridísima luna.

Estos tipos, los ajenos, que no son mas hermanos que una horda de gusanos, buscan incasables saciar su ego incontenible. Otros, ya cansados, han optado por morir en vida, y mirarnos desde el más allá, aún sentados en el mismo piso que nos sostiene erguidos a los vivos, en pie, como fieles vivientes de una vida que a cada paso pierde un trozo de inocencia, come un poco de paciencia y orgullo y continúa. Pero de donde salen aquellas ganas? ¿No le estaremos quitando las ganas de vivir a todos esos que mueren a nuestro alrededor?

¿no será la vida como el aire y se estará acabando; contaminada de tanto hombre dando vueltas ?
Como sanguijuelas, chupamos la muerte, a los zombies les pasamos por al lado a diario, enfrascados en alguna musiquita que suena en nuestras cabezas como fiesta virtual que nace del auricular.

Diganme, pues, ¿cuál es la diferencia entre este mundo y aquel mundo zombie, en que los muertos se comen a los vivos, se comen entre ellos, y luego los vivos se vuelven lo que son ?

Si lo viéramos sin nada de poesia sabríamos que el bien más escaso es la vida, esa vida que más tengo más te quito. Una vida que no alcanza para todos, que solo algunos llevamos a cuestas. Y aunque nos pese, no queremos largar nada de ella, ni por un segundo, porque a fin de cuentas,
será una mierda..
pero es NUESTRA.

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